En Tumaco, Colombia, vive el mar, el sol y el sabor musical. En Tumaco, como en otras partes del mundo, las complejidades sociales hacen que se despierten personajes que se convierten en voceros de la herencia ancestral, de las utopías, de los mundos imaginarios, del libre desarrollo del ser. Para crear un mundo propio y vivirlo con intensidad, en medio de un pacto eterno de resistencia espiritual.
José Éibar Castillo nació en Tumaco. En sus pinturas también vive el mar, el sol y el sabor musical. Viven cientos de personas y situaciones que se resisten a creer que solo hay una manera de hacer y vivir las cosas, donde la composición, el trazo y el color, adquieren características humanas. Entonces se vuelven enérgicos, rebeldes, caprichosos, seductores, juguetones, reflexivos, intensos, cuya vibración estimula las emociones e incita a que las ideas bailen, a que los sabores se fusionen, a que las voces y los cánticos se vuelvan un solo grito revolucionario en nombre de la libertad del pensamiento.
La fuerza del pigmento y el calor de las escenas, recrean paisajes que se vuelven naturales a los ojos pero que encierran sugerencias en torno a la igualdad, a la tolerancia, al reconocimiento en la sociedad; a aceptar que el éxito, el conocimiento y la felicidad vienen de muchos colores y tienen diferentes matices; que los contrastes sociales por muy marcados que estén siempre tendrán una salida que se descubre en el propio imaginario, en un océano de dudas y desaciertos, donde al final siempre habrá una playa gigante, llena de música, de pescado, de chontaduro y de ron; con mucha gente bailando y celebrando el nacimiento de un nuevo libre pensador.