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Uno de los principales factores del aprendizaje es la observación, de ella dependen nuestros deseos de cambiar la concepción convencional de la realidad y es un rasgo muy particular en la obra de José Éibar Castillo, que después de un complejo proceso de introspección individual y colectiva ha logrado que el lenguaje del color trascienda las formas y adquiera la naturaleza de las ideas logrando actitudes que dimensionan el valor de la pasión y la persistencia desde otras dimensiones más vibrantes, intensas, con matices luminosos que indican el comienzo de una nueva era donde sobresalga el valor del pensamiento y del espíritu.

 

El desahogo del ser por medio de la danza del pacífico, el fuego que inunda las venas, el mar como el principio y el fin de la vida confluyen sus poderes en la pintura de José Éibar,  que se presenta como un manifiesto personal, un documento en el cual el poder de su color marca el rumbo de sus ideas, de sus emociones, de su vida, de la historia de los suyos, de la memoria de sus ancestros, de los primeros rayos del sol que revelaron la inmensidad de un pueblo primigenio que vuelve a vivir en cada uno de sus lienzos.

Mi color es mi destino

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